Era una especie de gusarapo microscópico de color marrón claro que me ponía cachondo, aunque tampoco sabía muy bien lo que significaba ponerse cachondo, excitarse, ponerse tierno.
En este caso, mi concepto infantil de gusarapo no se refería a ningún bicho monstruoso de fantasía sino a unos animales muy concretos: larvas de efemerópteros y plecópteros.