El tejedor, bajo cuyas narices se forma la borrilla, la absorbe con sus inspiraciones anhelosas, ocupando ésta el lugar reservado al oxígeno, que en vano piden los pulmones.
Recorría, sí, los campos, averiguando el nombre de las flores, las costumbres de los animales, el canto de los pajarillos, anheloso de encontrar algo por sí mismo.