Yacen acoquinados en un círculo de piedra cenicienta, sentados junto a un paredón lívido como sus caras llorosas, cubiertos por cilicios, formando panorama de cementerio viviente.
Un terror ansioso le acoquina frente a los hombres sinceros, creyendo escuchar en cada palabra un reproche merecido; no hay en ello dignidad, sino remordimiento.