El éxito de las huestes invasoras dependió de los aborígenes, que a la fuerza o por alianzas suministraron los alimentos y remplazaron las acémilas en travesías sin caminos.
Y aunque sea, lamentablemente, un animal... no me considero en absoluto racional soy, más bien, como una acémila sentimental y eso, en estos tiempos, más que mal está fatal.
A cada paso tropiezo con acémilas humanas, cargadas de pesados canastones, por cuyas orillas asoman los tendidos brazos de una rama de cedro, o las hebras canas del heno.